miércoles, 22 de septiembre de 2021

¿Qué es una muerte feliz? La primera novela de Albert Camus (1913-1960)

Resabio de un espíritu romántico en un mundo contemporáneo. Atravesado por la inevitabilidad de la muerte y un propósito que se resiste a ser encontrado. El oxímoron como columna vertebral desde la portada hasta la última frase del texto. ¿Qué preguntas surgen frente al título? A mí se me ocurrieron dos: ¿Es posible una muerte feliz? Y si tal cosa existe, ¿cómo es?

Estremecedora primera producción del autor argelino, “La muerte feliz” fue escrita entre el 36 y el 38 pero fue publicada póstumamente en 1971. Recomendada como toda la literatura de crisis para épocas de incertidumbre o inestabilidad.
En ella se adelantan algunos de los temas que desarrollará en el resto de sus producciones: el absurdo como un resorte incrustado en la vida cotidiana, el padecimiento de la enfermedad física como dilema y el sufrimiento moral en ese camino de búsqueda que es la existencia. 

Varios años antes de la náusea sartreana vemos en este relato una angustia semejante, un sujeto que recorre ciudades buscando algo que no sabe bien qué es y que, en el intento, se descompone. Esa distancia entre la búsqueda de sentido y el silencio del mundo es lo que Albert Camus denominará “sentimiento del absurdo” y desarrollará en un ensayo, “El mito de Sísifo” (1942).


La obra está dividida en dos partes, que se titulan “Muerte natural” y “La muerte consciente”. (Alerta spoiler). La primera nos cuenta la historia del protagonista Patrice Mersault, un individuo desencantado con su vida rutinaria, que un día conoce a Zagreus, otro desgraciado que tras haber ganado una fortuna sufre un accidente que le arrebata las piernas y lo deja postrado en una silla, desde donde ve pasar el tiempo y la vida de los otros. Frente a esa chimenea Mersault apretará el gatillo que no pudo accionar el inválido, que ha consumido sus días en ese devaneo de angustia y lecturas frente a una chimenea, refugiado de una vida que asegura ya no poder disfrutar. 

De Roland Zagreus nos queda la idea de que sin dinero es imposible disponer del tiempo que necesitamos para buscar la felicidad. Y allí aparece la tiranía de las ocho horas asociada a ese hurto de un espacio de libertad, que no es otra cosa que tiempo.

De Mersault rescatamos algunos chispazos sobre sus conclusiones aproximadas en torno a la felicidad, objetivo que orienta la acción en la segunda parte. Ráfagas breves que lo dejan a uno suspendido en la lectura:

El error (...) es creer que hay que escoger, que hay que hacer lo que uno quiere, que existen condiciones para la felicidad. Lo único que cuenta, ¿sabes?, es la voluntad de felicidad, algo así como una conciencia enorme, siempre presente. Lo demás, mujeres, obras de arte o éxitos sociales, no son sino pretextos. Un cañamazo que espera nuestros bordados (Camus; [2021]:135).

En ese segundo apartado de la novela vemos a Patrice usufructuando el dinero robado en un viaje a Europa por donde comenzará un periplo que terminará en Argel. En el camino visita lugares turísticos y tugurios de mala muerte, pasa los días entre el júbilo y la desesperación, y en una última etapa de su existencia -como Voltaire y su Cándido- se retira a practicar una vida en comunidad, disfrutando del ocio, del silencio y del sol.


La naturaleza es una cosa viva que nos conecta con el mundo


Calderón Rodríguez plantea (en su ensayo “Camus o la vigencia de una utopía”) que la realidad de pobreza en que creció el escritor influyó en que varias de sus obras el sol y el mar se levanten como elementos simbólicos, y se nos presenten como “la única riqueza de los pobres, lo único de lo que podían disponer a manos llenas (...) lo que les daba una sensación de total libertad y de felicidad absoluta” (2004:8).

Si bien sabemos que el protagonista no padece esa pobreza, ya que lleva consigo el tesoro robado, en ningún momento se expone abiertamente su opulencia sino que la vida que lleva es más bien despojada y sencilla.

Por otro lado, una conexión secreta que se puede rastrear a lo largo de la novela entre ese mundo en que se refugia el personaje y el estado en el que este se encuentra. Y esa naturaleza que palpita y respira como animada por un espíritu propio por momentos también recuerda a la conexión psico-cósmica de los románticos. 

Otro chispazo:

"Allá arriba, el cielo cae desde su altura toda con su peso de sol y de colores. Con los ojos cerrados, Catherine siente esa caída larga y profunda que la devuelve a lo más profundo de sí misma, allí donde rebulle despacio ese animal que respira como un dios" (pg102).

En los baños de sol que toman las tres mujeres de la segunda parte, y en los viajes y aventuras por los paisajes argelinos y europeos, vemos que el personaje va entrando en sintonía con el ambiente y dejándose influir por la intensidad de sus cambios. El ritmo de la vida está marcado, en determinados pasajes de la obra, por ese intervalo que media entre un crepúsculo y otro.


Pensar la muerte es pensar todo lo que hay antes

En “Las preguntas de la vida” (1999) Fernando Savater propone que pensar la muerte lejos de conducirnos por un camino de oscuridad -como podríamos sentir en un primer momento- nos lleva a contemplar la vida. La revelación de que vamos a morir, que parece acosar al protagonista y al lector de esta historia, es una invitación al pensamiento. 

Y ahí se encuentra el gancho con el problema de la búsqueda de la dicha. Para Camus uno de los grandes dilemas es la limitación que tiene nuestra libertad frente al tiempo, y la muerte es una de las angustias que se hace presente como obstáculo en esas ocho horas que nos alejan de nuestras búsquedas personales, o de las experiencias que nos acerquen a la dicha. 

De todos los hombres que había llevado en sí, (...) de esos seres diversos que mezclaban las raíces sin confundirse, ahora sabía cuál había sido: y esa elección que, en el hombre, crea el destino, la había ejecutado con plena conciencia y con valentía. En eso residía toda su felicidad por vivir y morir. Esa muerte que había mirado con el terror de un animal, entendía que temerla significaba temer la vida. El temor a morir justificaba un apego ilimitado a eso que está vivo en el hombre. Y cuantos no habían hecho los gestos decisivos para elevar su vida, cuantos temían y exaltaban la impotencia, todos ellos temían la muerte porque sancionaba una vida en que no habían participado. (Camus, 1971, [2021: 152]). 


Entonces la muerte feliz es aquella que llega después de una existencia que agotó sus posibilidades de realización, que no dejó espacios en blanco o arrepentimientos por lo que no se llegó a vivir.

Imposible leerlo y no establecer alguna relación con el protagonista de otra gran novela del autor, quizá de las más conocidas: “El extranjero” (1942). En esta obra el protagonista se llama Meursault y plantea: “entonces comprendí que había roto el equilibrio del día, el silencio de una playa en la que fui feliz”. Hay en ambos personajes una sensación de extrañamiento y enajenación frente a la realidad e incluso del propio cuerpo. Allí ya nos acercamos a ese sujeto que no encuentra asidero moral ni afectivo con la realidad, pero que de alguna manera genera empatía en los lectores, porque en el fondo todos sentimos en algún momento la angustia del absurdo como un recordatorio de nuestra condición. 


Y ustedes, ¿cómo se imaginan la muerte? ¿Les parece un tópico llamativo? ¿Llegaremos a superar el tabú que se ha instalado sobre ella? ¿Conocían a este Camus? Quedan invitados a la novela (a la obra en general) de uno de los clásicos contemporáneos que ojalá llegue a resignificar nuestras experiencias lectoras.


Un camino hacia la fragilidad que somos

"Fragilidad" (2009) de Andrea Blanqué (1959)      Anya es una mujer que bebe a escondidas de su familia, en el silencio de la noch...