martes, 30 de noviembre de 2021

Un camino hacia la fragilidad que somos

"Fragilidad" (2009) de Andrea Blanqué (1959)

    Anya es una mujer que bebe a escondidas de su familia, en el silencio de la noche, desde donde repasa su vida aburrida y normal, mientras fantasea con una existencia aventurera donde es una guerrillera, una mujer valiente y libre. 
    El ruido del vino cayendo de la caja al vaso, o de la botella a la copa, la transporta a ese mundo donde por un rato es todo lo que no puede ser. Hasta que se anima a serlo.
    La protagonista repasa su infancia a través de la figura de Leda, marcando los contrastes con esa niña que vivía en la casa de al lado cuando ella nació. La hija de dos "subversivos" a los que un día se llevaron las bestias verdes de un país violento, junto con el prófugo que habitaba en el cuarto de herramientas. 
    Su marido trabaja todas las noches de todos los días. Los viernes sus hijos se quedan con los abuelos. Ella decide salir a tomar afuera, visita un bar, desafía e incomoda a los parroquianos con su presencia: ¿qué es sino un signo de rebelión y de libertad una mujer que toma sola en un bar, sin esperar a nadie, sin buscar nada sino a sí misma? Allí arranca ese viaje que la va a regresar a su raíz, a una tía solterona que vive aislada en el norte del país, a un río que -como nosotros- nunca es el mismo, y a la promesa abierta de un retorno y una rehabilitación, hacia el final. 
    
Una noche conoce a un tipo más joven que ella, descubre el mundo de un cuerpo extraño y desde entonces mira con otros ojos su cotidianidad. En una cena lujosa insulta a todos sus compañeros de trabajo y les confiesa un repudio profundo. Se rebela contra su clase social, contra su estatus, contra la imagen de secretaria intachable, de mujer de buena vida, de esposa fiel y de niña de buenos modales.
    En ese camino de liberación, decide abandonar la casa en la que vive, alquilar una pieza en un hotel, dejar a su familia en un balneario y salir a buscar una nueva sensación. Se sube a un ómnibus con la guitarra de la madre de Leda, que ha llenado de música las celdas de esa dictadura ruin que quedó y no quedó atrás, y ahora inunda los espacios del transporte público, interrumpe la monotonía del viaje.  
"(...) vuelvo al estribillo y largo el llamado a las tarariras: todo el ómnibus se llena de río, de peces, de hojas de sauce que caen sobre el rostro de la gente, todos los pasajeros pueden  oler el aroma del agua que sube del río, los juncos, el ceibo que crece cerca, la acacia, el espinillo". (197).

    Anya es rescatada por el arte, por esos acordes y melodías que su cuerpo recuerda sin que ella pueda explicarlo, y que se remontan a una juventud en la que todo era posible. Y no hay otra cosa sino la manifestación de un libre albedrío en ese gesto de abandonar su trabajo, su lugar cómodo en el mundo, y subirse al ómnibus a cantarle a desconocidos. 

Un guiño de intertextualidad 
    
    José, el tipo del bar que le regala un ramo de jazmines y después de un encuentro la busca por la ciudad, menciona la novela "Moderato Cantabile" (1958) de Marguerite Duras (1914-1996), el título hace referencia a un tiempo musical "moderado", "cantable".
    ¿Qué conecta a la novela de Duras con la de Blanqué? 
    Ambas son historias de mujeres que buscan el conocimiento de algo en contacto con seres apenas conocidos o entrevistos, con un brebaje de por medio, que va aliviando el aburrimiento, la repetición, y que despierta al cuerpo para otro estado de percepción. El adulterio y la seducción son otros puntos en común. Y la conexión con los hijos a través de la música. Tanto Anne como Anya son mujeres frustradas, que tienen una posición social holgada que no las colma, las dos están aburridas y son llamadas por ese otro mundo que desconocen y que buscan a tientas.

Lo que despierta
   
    Hay algunas cuestiones interesantes a lo largo de la novela sobre el contexto histórico en el que se enmarca, que no es otro que la época en la que vivimos. A lo largo de la obra Anya va diciendo cosas sobre este país en el que vivimos. Una interesante, para pensar cómo se actualiza doce años después: 
Reflexionamos con Leda cómo en un país devastado, donde de pronto desaparecieron las fábricas y las oficinas, de un día para otro, un país que durante gran parte del siglo veinte fue laborioso y tenaz, y que súbitamente, en veinte años, los ómnibus, las calles, las ferias, se poblaron de seres para quienes la palabra trabajo se ha convertido en un arcaísmo perdido, una palabra que no se pronuncia, que se olvida como el término de una lengua extranjera, cómo en ese país transfigurado aún es posible buscar el pan, el lugar para dormir, el vaso de leche o el de vino (Blanqué; 194-195).   
  La novela también se constituye como un testimonio de lo que fue la noche oscura de esos doce años de dictadura en el Uruguay, en este sentido es que Plotnik (2019) lee la historia en esa encrucijada de lo que la memoria rescata a través del canal de la literatura.  
 Es inevitable acompañar la historia de Anya y sentir ganas de manotear una guitarra y metamorfosearnos en esos seres autóctonos que no tenían una vida más allá de la naturaleza, que cantaban sus penas y sus alegrías en contacto con el mundo, y no alejados de éste. 
   Ya sobre las últimas páginas surge la necesidad de aplazar ese final, aparece la tentación de servirse algo para beber, algo que nos quite "esta luminosa conciencia". La historia de Anya es una invitación a destapar algo: una botella, una convicción, una vida tranquila que esconde algo podrido o roto. Quedan invitados a la incertidumbre de la introspección. O al menos a su antecedente: la lectura.

Recomendación aparte:
Plotnik, Viviana (2019): "Memoria, nostalgia y alegoría nacional en Fragilidad de Andrea Blanqué". Recuperado de la web: http://critica.cl/literatura/memoria-nostalgia-y-alegoria-nacional-en-fragilidad-de-andrea-blanque 

miércoles, 22 de septiembre de 2021

¿Qué es una muerte feliz? La primera novela de Albert Camus (1913-1960)

Resabio de un espíritu romántico en un mundo contemporáneo. Atravesado por la inevitabilidad de la muerte y un propósito que se resiste a ser encontrado. El oxímoron como columna vertebral desde la portada hasta la última frase del texto. ¿Qué preguntas surgen frente al título? A mí se me ocurrieron dos: ¿Es posible una muerte feliz? Y si tal cosa existe, ¿cómo es?

Estremecedora primera producción del autor argelino, “La muerte feliz” fue escrita entre el 36 y el 38 pero fue publicada póstumamente en 1971. Recomendada como toda la literatura de crisis para épocas de incertidumbre o inestabilidad.
En ella se adelantan algunos de los temas que desarrollará en el resto de sus producciones: el absurdo como un resorte incrustado en la vida cotidiana, el padecimiento de la enfermedad física como dilema y el sufrimiento moral en ese camino de búsqueda que es la existencia. 

Varios años antes de la náusea sartreana vemos en este relato una angustia semejante, un sujeto que recorre ciudades buscando algo que no sabe bien qué es y que, en el intento, se descompone. Esa distancia entre la búsqueda de sentido y el silencio del mundo es lo que Albert Camus denominará “sentimiento del absurdo” y desarrollará en un ensayo, “El mito de Sísifo” (1942).


La obra está dividida en dos partes, que se titulan “Muerte natural” y “La muerte consciente”. (Alerta spoiler). La primera nos cuenta la historia del protagonista Patrice Mersault, un individuo desencantado con su vida rutinaria, que un día conoce a Zagreus, otro desgraciado que tras haber ganado una fortuna sufre un accidente que le arrebata las piernas y lo deja postrado en una silla, desde donde ve pasar el tiempo y la vida de los otros. Frente a esa chimenea Mersault apretará el gatillo que no pudo accionar el inválido, que ha consumido sus días en ese devaneo de angustia y lecturas frente a una chimenea, refugiado de una vida que asegura ya no poder disfrutar. 

De Roland Zagreus nos queda la idea de que sin dinero es imposible disponer del tiempo que necesitamos para buscar la felicidad. Y allí aparece la tiranía de las ocho horas asociada a ese hurto de un espacio de libertad, que no es otra cosa que tiempo.

De Mersault rescatamos algunos chispazos sobre sus conclusiones aproximadas en torno a la felicidad, objetivo que orienta la acción en la segunda parte. Ráfagas breves que lo dejan a uno suspendido en la lectura:

El error (...) es creer que hay que escoger, que hay que hacer lo que uno quiere, que existen condiciones para la felicidad. Lo único que cuenta, ¿sabes?, es la voluntad de felicidad, algo así como una conciencia enorme, siempre presente. Lo demás, mujeres, obras de arte o éxitos sociales, no son sino pretextos. Un cañamazo que espera nuestros bordados (Camus; [2021]:135).

En ese segundo apartado de la novela vemos a Patrice usufructuando el dinero robado en un viaje a Europa por donde comenzará un periplo que terminará en Argel. En el camino visita lugares turísticos y tugurios de mala muerte, pasa los días entre el júbilo y la desesperación, y en una última etapa de su existencia -como Voltaire y su Cándido- se retira a practicar una vida en comunidad, disfrutando del ocio, del silencio y del sol.


La naturaleza es una cosa viva que nos conecta con el mundo


Calderón Rodríguez plantea (en su ensayo “Camus o la vigencia de una utopía”) que la realidad de pobreza en que creció el escritor influyó en que varias de sus obras el sol y el mar se levanten como elementos simbólicos, y se nos presenten como “la única riqueza de los pobres, lo único de lo que podían disponer a manos llenas (...) lo que les daba una sensación de total libertad y de felicidad absoluta” (2004:8).

Si bien sabemos que el protagonista no padece esa pobreza, ya que lleva consigo el tesoro robado, en ningún momento se expone abiertamente su opulencia sino que la vida que lleva es más bien despojada y sencilla.

Por otro lado, una conexión secreta que se puede rastrear a lo largo de la novela entre ese mundo en que se refugia el personaje y el estado en el que este se encuentra. Y esa naturaleza que palpita y respira como animada por un espíritu propio por momentos también recuerda a la conexión psico-cósmica de los románticos. 

Otro chispazo:

"Allá arriba, el cielo cae desde su altura toda con su peso de sol y de colores. Con los ojos cerrados, Catherine siente esa caída larga y profunda que la devuelve a lo más profundo de sí misma, allí donde rebulle despacio ese animal que respira como un dios" (pg102).

En los baños de sol que toman las tres mujeres de la segunda parte, y en los viajes y aventuras por los paisajes argelinos y europeos, vemos que el personaje va entrando en sintonía con el ambiente y dejándose influir por la intensidad de sus cambios. El ritmo de la vida está marcado, en determinados pasajes de la obra, por ese intervalo que media entre un crepúsculo y otro.


Pensar la muerte es pensar todo lo que hay antes

En “Las preguntas de la vida” (1999) Fernando Savater propone que pensar la muerte lejos de conducirnos por un camino de oscuridad -como podríamos sentir en un primer momento- nos lleva a contemplar la vida. La revelación de que vamos a morir, que parece acosar al protagonista y al lector de esta historia, es una invitación al pensamiento. 

Y ahí se encuentra el gancho con el problema de la búsqueda de la dicha. Para Camus uno de los grandes dilemas es la limitación que tiene nuestra libertad frente al tiempo, y la muerte es una de las angustias que se hace presente como obstáculo en esas ocho horas que nos alejan de nuestras búsquedas personales, o de las experiencias que nos acerquen a la dicha. 

De todos los hombres que había llevado en sí, (...) de esos seres diversos que mezclaban las raíces sin confundirse, ahora sabía cuál había sido: y esa elección que, en el hombre, crea el destino, la había ejecutado con plena conciencia y con valentía. En eso residía toda su felicidad por vivir y morir. Esa muerte que había mirado con el terror de un animal, entendía que temerla significaba temer la vida. El temor a morir justificaba un apego ilimitado a eso que está vivo en el hombre. Y cuantos no habían hecho los gestos decisivos para elevar su vida, cuantos temían y exaltaban la impotencia, todos ellos temían la muerte porque sancionaba una vida en que no habían participado. (Camus, 1971, [2021: 152]). 


Entonces la muerte feliz es aquella que llega después de una existencia que agotó sus posibilidades de realización, que no dejó espacios en blanco o arrepentimientos por lo que no se llegó a vivir.

Imposible leerlo y no establecer alguna relación con el protagonista de otra gran novela del autor, quizá de las más conocidas: “El extranjero” (1942). En esta obra el protagonista se llama Meursault y plantea: “entonces comprendí que había roto el equilibrio del día, el silencio de una playa en la que fui feliz”. Hay en ambos personajes una sensación de extrañamiento y enajenación frente a la realidad e incluso del propio cuerpo. Allí ya nos acercamos a ese sujeto que no encuentra asidero moral ni afectivo con la realidad, pero que de alguna manera genera empatía en los lectores, porque en el fondo todos sentimos en algún momento la angustia del absurdo como un recordatorio de nuestra condición. 


Y ustedes, ¿cómo se imaginan la muerte? ¿Les parece un tópico llamativo? ¿Llegaremos a superar el tabú que se ha instalado sobre ella? ¿Conocían a este Camus? Quedan invitados a la novela (a la obra en general) de uno de los clásicos contemporáneos que ojalá llegue a resignificar nuestras experiencias lectoras.


sábado, 28 de agosto de 2021

Desmitificando al monstruo en el "Frankenstein" de Mary Shelley

 “Frankenstein o el moderno Prometeo” (1818) de Mary Shelley (1797-1851)


Aprenda de mí, si no de mis advertencias, al menos de mi ejemplo, cuán peligrosa es la adquisición del conocimiento, cuánto más feliz es el hombre que cree que su ciudad natal es el mundo entero que aquél que aspira a llegar a ser más de lo que su naturaleza le permite (Shelley; 1818. IV:113).


El libro “La noche de los monstruos” (Edhasa; 2020) reúne las historias que se produjeron en un castillo suizo durante una jornada nocturna de 1816, en que Mary Wollstonecraft Shelley, Percy Shelley, Lord Byron y el doctor Polidori se propusieron contar un cuento de espectros. 

Mary tenía dieciocho años cuando escribió el libro que daría pie al origen de un tipo de literatura (lo que se llamó proto-ciencia ficción) que tendrá su continuación con H. G. Wells, Edgar Allan Poe, Julio Verne, entre otros. 

La conexión de su historia con la ciencia pasa por el galvanismo, teoría desarrollada por Luigi Galvani (1737-1798) que generó una serie de experimentos a fines del siglo XVIII y principios del XIX, en los cuales los científicos manipulaban cadáveres animales y humanos con el objetivo de probar la reanimación de los mismos apelando a esas corrientes eléctricas que según Galvani residían en el cerebro. Hoy en día, tras todos los avances científicos que se han dado en el mundo en que vivimos, la lectura de esta novela puede desilusionar e incluso podemos asignarla como texto fantástico; pero en la época supo situarse en sintonía con ese clima de misterio que rondaba a los experimentos científicos.

Sobre este momento de producción literaria y el contexto biográfico en que se produce este relato, es interesante -como recomendación- la propuesta que trae la película “Mary Shelley” (2017), guionada por Emma Jensen y dirigida por Haifaa al-Mansour.

En el que fue considerado como el verano más frío del siglo, durante el auge del Romanticismo en Europa, se construye esta pieza artística como una novela enmarcada. ¿Qué significa esto? Que se inserta un relato (el principal, el de las aventuras de Víctor y su creación) en otro que funciona como un marco: el viaje que hace Robert Walton en altamar y las cartas que dirige a su hermana contándole su travesía, y con ella, el encuentro con Víctor y su historia. 

Las voces que se encargan del relato van variando: primero conocemos a Walton, quien escribe y envía algunas cartas a su hermana quejándose de su soledad y de cuánta falta le hace un amigo. Este se embarca en una expedición y allí es donde se cruza con Víctor Frankenstein, moribundo, quien llega para acompañarle con su desdicha y compartir con él sus infortunios. Después del propio Víctor asistimos a las quejas de su creación, que llega para contar su versión de la historia. Y de esta forma todo el libro se estructura en torno a esas confesiones de las que somos partícipes como lectores: las que hace Walton en sus cartas a la hermana; las de Víctor a Walton tras el rescate y durante su agonía final; y las que propone el monstruo a Víctor, con sus múltiples pedidos y reclamos frente a tanto rechazo. 

Toda la novela es un viaje múltiple: el de Walton, el capitán que nos embarca rumbo al Ártico y que es un espectador de esa otra narración que se va desarrollando; el de Víctor y su criatura, que entre persecuciones y luchas recorren el mundo buscando un sentido a la existencia; y el del lector, que asiste a esos devaneos y quizá empatice a través de la pena, ya que la lectura como actividad delata esa soledad y esa búsqueda que compartimos con los personajes.


                                                        ¿Quién es el monstruo?


Lo primero que nos puede venir a la mente cuando pensamos en “Frankenstein” son esas imágenes que nos han legado las representaciones culturales posteriores que fueron alimentando el mito de ese monstruo verde repleto de costuras metálicas, con tornillos que le salen de la cabeza. 

A pesar de lo que podemos pensar antes de la lectura, Frankenstein es el creador del monstruo, el joven científico y no la creación que ha trascendido las fronteras del papel; aunque hoy se lo conoce metonímicamente con el nombre de su creador. 

¿Qué consecuencias trae su existencia? En la vida de Víctor la criatura supone la muerte violenta de su hermano pequeño, William, de la criada Justine (considerada culpable del asesinato del niño), de su amigo Henry Clerval y de su esposa Elizabeth. 

El profesor Gonzalo M. Pavés (2018) sostiene que en la historia el monstruo no es el que ha trascendido en las representaciones a las que nos referimos, que se han ido impregnando en la memoria colectiva, sino que es una criatura sensible, triste, inteligente, de la que no se nos ofrecen muchos detalles físicos salvo que es alto, de piel amarillenta, de proporciones deformes y que su aspecto produce horror y rechazo. Además de que tiene una fuerza sobrehumana que no llega a explicarse del todo. 

Es abandonado tras haber sido creado y debe sobrevivir por sus propios medios y alejarse de las comunidades de los hombres para evitar la violencia de estos. 

Pese a su aspecto, esta criatura innominada manifiesta repetidas veces que no desea hacer el mal, que si ha matado es para llamar la atención de su creador y vengar ese egoísmo inicial que le ha dado existencia y que ahora lo condena a la soledad, al negarle incluso la creación de una compañera que lo reconozca como un igual, que lo ame y vuelva más amena esa existencia huraña. 

En sus palabras podemos advertir ese reclamo que hace sobre el reconocimiento de la identidad y de su dignidad, uno de los temas de la obra:

(...)Soy malo porque soy desdichado. ¿No soy acaso rechazado y odiado por toda la humanidad? Tú, mi creador, me despedazarías y lo considerarías un triunfo; recuerda eso y dime, ¿por qué tendría yo que compadecerme del hombre más de lo que se compadece él de mí? Tú no lo llamarías asesinato si pudieras arrojarme por una de estas grietas de hielo y destruir mi cuerpo, obra de tus propias manos. ¿Deberé yo respetar al hombre cuando él me condena? (...) Si no puedo inspirar amor, seré motivo de miedo (2020:228).

Esta cita también marca un momento significativo de la novela ya que a partir de aquí la criatura promete vengarse de su creador y con ello se acelera la acción.

Pero, ¿el monstruo es esa criatura o es el propio Víctor? 

Víctor Frankenstein es un ser curioso, estudiante de ciencias naturales proveniente de familia acomodada, víctima de su ansia de conocimiento al punto de que se convierte en victimario, jugando a ser un dios. Es aquel que va desenvolviendo una postura narcisista frente a las dificultades que atraviesa hasta el extremo de ignorar el peligro en el que se encuentran aquellos seres a los que quiere, por preocuparse por sí mismo. 

Anna Hardisson Rumeu propone que “esta ya no es una novela de terror, con paisajes siniestros y castillos tenebrosos (...). Se trata de un relato que plantea el problema de la identidad humana y de la necesidad de ser reconocido por los otros” (2002:251).

Además, debemos tener en cuenta cuál es el móvil de la creación. ¿Buscaba el científico crear un ser libre, que tomase sus propias decisiones y pudiese vivir armónicamente en comunión con los otros seres? Lejos de ello, uno de los principales motivos era saciar su espíritu narcisista, y tener a alguien que viviese agradecido y dependiente de su creador. El móvil que explica la creación es, en este caso, la ambición de poder.


¿Qué hace de esta novela un clásico de la literatura?

Su potencial de actualización reside, en parte, en el mito que se ha ido configurando, al que ya nos referimos. La figura monstruosa de este ser podemos encontrarla recreada en otras ficciones ya sea escritas o audiovisuales, como en la figura de Largo, el mayordomo de la familia de los Locos Addams; o también en cómics y novelas gráficas.

También podemos decir que hay una cuestión problemática que la vuelve muy interesante: el dilema de la marginación y cómo la misma sociedad repele al marginado y lo condena a continuar en un ciclo de mal-vivir que le impide salir de su situación de desventaja y carencia. 

Otro aspecto que la vuelve valiosa es su capacidad para reunir rasgos característicos del espíritu de su época: el romántico. Dentro del Romanticismo y sus producciones, entre estas la novela de Shelley, tenemos una exaltación de la libertad y el ansia por alcanzarla. También se da el trabajo con la naturaleza como espacio donde se establece una conexión con la situación de los personajes. Además la soledad y la angustia son los dos principales padecimientos de este siglo, y los dos protagonistas de este relato no están a salvo de ellas.

Rosario Ferré trae una lectura feminista de la novela: “el monstruo puede verse también como una representación simbólica de la tiranía de la maternidad sobre la mujer. Por su tono cercano a la locura, por el desgarramiento emocional que describe (...)” (1992:35), sin recaer en la falacia intencional, podemos pensar en las circunstancias de esta mujer que salía de la adolescencia y se encontraba embarazada por tercera vez. 


Como todo clásico abre las puertas a múltiples interpretaciones, a una lectura más allá del tiempo, así que quedan invitados a la aventura de la interpretación. 


Miliana Cifuentes

Recomendaciones: 

Ferré, Rosario (1992) “Frankenstein: una versión política del mito de la maternidad”. Debate Feminista, [sin datos de la revista].


Hardisson Rumeu, Ana (2002): “La criatura de Frankenstein y su lucha por el reconocimiento”. ISEGORÍA, n°26 (251-256).



domingo, 8 de agosto de 2021

Invitación a "El cazador" (1992) de Hugo Fontana (1955)

    El escozor de un balazo.     En la pierna del perseguido, en el cuerpo del lector. 

“La vida es un laberinto, a veces absurdo, a veces racional, en el que se nos deposita eludiendo una entrada que no existe. Allí estamos, con el asombro de saber que nunca hubo pasado, absortos por verificar que lo único que rige es el azar y que existimos a su merced. Que este, como un animal ansioso, nos acecha a cada paso y que así somos tributo de sus necesidades: la pasión y la melancolía, la euforia o la mezquindad”. (1992:87). 

A lo largo de esta novela seguimos el recorrido de un personaje que deambula por Montevideo con la excusa de estar buscando a otro para matarlo, pero en el proceso se encuentra con seres del pasado, recorre las calles buscando una conversación, un contacto con una otredad que no existe. Un extranjero en su tierra, un visitante tardío que se quedó en el pasado y demora en procesar el contraste de la ciudad que observa y la que guarda en la memoria. 

La travesía de este personaje se intercala con una serie de cartas falsas que un sujeto envía a una mujer haciéndose pasar por su marido muerto, para borrar -a través de las palabras- el recuerdo amoroso que la viuda conserva y poder allanar el camino de una conquista bastante retorcida. La historia de esas misivas (que resucitan a un muerto falsificando la caligrafía y la realidad) es contada por el doctor Iribarne a González, la víctima del protagonista, que se está recuperando de un balazo en la pierna. 

Si intentamos clasificar la historia desde un punto de vista del género, es esta una novela negra que se distingue del policial en tanto no busca resolver un crimen sino narrar su preparación desde el punto de vista del criminal. De todas maneras, por momentos Fontana nos sumerge en el ambiente del policial con sus intrigas, sus verdades a medias y lo que no se dice pero se sugiere, lo que queda pendiente habilitando la construcción del lector.

El libro, como toda novela compleja, no se limita a proponer una sola historia sino que abre otras líneas argumentales, algunas más desarrolladas que otras, como lo es la historia de Cristina, una muchacha que es abusada sexualmente por su padre hasta que un día no aguanta más. Esos momentos -que funcionan como contrapuntos de la otra historia- pueden dejar al lector un tanto desamparado frente al proceso. Por allí pasa el manejo de la tensión en la trama.

Algo que conecta a todos los personajes de la novela es el padecimiento de la incomunicación, de la soledad y el absurdo de sus vidas violentas o aburridas. En esto Fontana (1955) parece rescatar el tono, la angustia existencial y los principales motivos de otro uruguayo inmenso como lo es Juan Carlos Onetti (1909-1994). Derrotados, fumadores, pensativos, silenciosos; sus personajes parecen sacados de ese mundo onettiano; en el que a lo mejor todos vivimos sin saberlo. En varias entrevistas se ha declarado heredero de este autor, al punto de utilizar el espacio ficticio de "Lavanda", a modo de homenaje, como ciudad en la cual andan sus personajes y con ellos sus historias.


Suenan, tras la lectura, algunas frases.

"¿Qué cosas, esenciales, cambian la vida de un hombre después de cumplir treinta años? (...) Cuando joven, uno juega arbitrariamente con el tiempo: se siente poderoso para retroceder o adelantarse, para detenerse largamente en un instante, para intentar suertes alternada y simultáneamente alrededor de un mismo proyecto. Con seguridad ese golpe es el día en que uno descubre que ya no podrá variar eso que le tocó ser, y que todas las fugas le serán infructuosas" (1992:149-150).

Persiste una visión de la naturaleza tormentosa, de la lluvia persistente, del ambiente nocturno, frío, como trasfondo y disparador de las acciones de los personajes.

La historia envuelve y deja resonando la duda sobre la opacidad de esa frontera entre el bien y el mal, el pasado y el presente, la vida y la muerte. Su lectura es recomendable, es un viaje de ida al reencuentro con preguntas que van más allá de los personajes y del tiempo, e impactan -como toda obra de arte- sobre la experiencia y el sentir de los otros, de nosotros: los lectores, los cazadores.

Miliana Cifuentes


-Se adjunta como recomendación el siguiente artículo de Sergio Schvarz: http://critica.cl/literatura/hugo-fontana-entre-el-neocostumbrismo-y-el-existencialismo-pesimista-de-onetti

Un camino hacia la fragilidad que somos

"Fragilidad" (2009) de Andrea Blanqué (1959)      Anya es una mujer que bebe a escondidas de su familia, en el silencio de la noch...